martes, 30 de marzo de 2010

Giros




Como el batir del café por la mañana. Como el reloj cuando sepulta horas pasadas. Al igual que un pivot en los ochos de un tango o las sábanas que envuelven mi cuerpo. Mis pensamientos dan un giro de trescientos sesenta grados, y una vez más, empiezo y termino en vos.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Pedro

Estaba nervioso pero feliz. Ese reemplazo lo podía llevar a la cima, aquella a la que le había dedicado varios insomnios. Después de un suculento desayuno, se puso su mejor traje y trás varias posadas en el espejo decidió llevar corbata. El departamento se llenó de una oleada a Calvin Klein que derramaba éxito. Caminó sus zapatos nuevos por todo el parquet para ablandarlos. Tomó el maletín, el celular, las llaves del auto y salió. Cuando llegó al lugar donde sería la entrevista se sintió importante, todos los esperaban. Repasó entre dientes una y otra vez las preguntas que debía realizar. Entrevistar niños no era su fuerte pero si ese era el precio de la gloria, estaba dispuesto. Cuando entró junto con las cámaras en el salón, se armó un alboroto de sonrisas y euforia que lo perturbaron un poco. Él estaba acostumbrado al saludo protocolar y los piropos que le sumaban contactos.
Le presentaron a Pedro, un niño de ojos saltones e intimidantes, con la piel percudida por la tierra y una remera que desde lejos mostraba manchas de lavandina. Se sentaron en unas sillas y cuando se escuchó "grabando" hizo una presentación brillante, no se le escapó ni un detalle del libreto y pensó: ¡pan comido!
-¿Cómo te llamás?
-Pedro.
-¿Cuántos añitos tenés Pedro?
-Nueve.
-Decime Pedro, ¿Qué querés ser cuendo seas grande?
-Gordo.
El silencio fue evidente. No supo qué seguía. Comenzó a transpirar con la mirada de aquellos ojos saltones y la rapidez de la respuesta. El traje le pesaba.
Pedro pensó que no había entendido y aclaró:
-Porque los gordos comen todos los días.


jueves, 18 de marzo de 2010

Ausencia


Puedo sentir el calor de tus manos abrazando mis dedos; el roce de tu piel en mi cuerpo; tu voz empapando mis oídos; tus pensamientos acompañando mi locura; el perfume de tu presencia; el lazo de tus brazos; mi reflejo en tus pupilas; la textura de tu pelo en mi palma; mi calma en tu sonrisa; el refugio de tu pecho como almohada.
Despiertan mis ojos y conscientes de no encontrarte, te buscan.
La indescriptible sensación que gobierna mi desnudo y solitario cuerpo después de ello me persigue, me secuestra, me destruye. No le temo y me entrego. Porque es el dolor de tu ausencia lo que te hace presente. Bendita memoria de tu existencia.



miércoles, 17 de marzo de 2010

Caricia


Las palabras, los prejuicios, los temores, el resto del mundo estaban demás aquella tarde, en aquel rincón.
El sol abrasaba el espacio que los contenía y una deprimida copa de sauce los refugiaba.
Él notó con ayuda de unos destellos filtrados entre el verde malaquita de las hojas, un hilo de tristeza, muy bien escondido, detrás de su sonrisa. Desconcertado e impotente dejó caer su mirada.
Con aquel silencio reinante ella se sintió desnuda y supo que su pena había sido descubierta.
Él se acomodó frente a ella, tomó su mano y la posó en su rostro; ella, con timidez y regocijo recorrió cada centímetro de su tersa piel, que imaginaba morena, como el color que empañaba sus días. Descansó su palma en la mejilla y adivinó en su pómulo un tibio calor de vergüenza y pasión, que fundía toda barrera. Siguiendo el ritmo de sus latidos extendió la caricia y palpó sus labios, que le obsequiearon la brisa de una sonrisa, estremeciendo así hasta el último recoveco de su ser. Sientiendo su alma galopar ella dió a luz una lágrima pletórica y suicida que atravesó su rostro confirmando la utopía de sus ojos. Aquella tarde ella lo vió...