miércoles, 17 de marzo de 2010

Caricia


Las palabras, los prejuicios, los temores, el resto del mundo estaban demás aquella tarde, en aquel rincón.
El sol abrasaba el espacio que los contenía y una deprimida copa de sauce los refugiaba.
Él notó con ayuda de unos destellos filtrados entre el verde malaquita de las hojas, un hilo de tristeza, muy bien escondido, detrás de su sonrisa. Desconcertado e impotente dejó caer su mirada.
Con aquel silencio reinante ella se sintió desnuda y supo que su pena había sido descubierta.
Él se acomodó frente a ella, tomó su mano y la posó en su rostro; ella, con timidez y regocijo recorrió cada centímetro de su tersa piel, que imaginaba morena, como el color que empañaba sus días. Descansó su palma en la mejilla y adivinó en su pómulo un tibio calor de vergüenza y pasión, que fundía toda barrera. Siguiendo el ritmo de sus latidos extendió la caricia y palpó sus labios, que le obsequiearon la brisa de una sonrisa, estremeciendo así hasta el último recoveco de su ser. Sientiendo su alma galopar ella dió a luz una lágrima pletórica y suicida que atravesó su rostro confirmando la utopía de sus ojos. Aquella tarde ella lo vió...

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