miércoles, 24 de marzo de 2010

Pedro

Estaba nervioso pero feliz. Ese reemplazo lo podía llevar a la cima, aquella a la que le había dedicado varios insomnios. Después de un suculento desayuno, se puso su mejor traje y trás varias posadas en el espejo decidió llevar corbata. El departamento se llenó de una oleada a Calvin Klein que derramaba éxito. Caminó sus zapatos nuevos por todo el parquet para ablandarlos. Tomó el maletín, el celular, las llaves del auto y salió. Cuando llegó al lugar donde sería la entrevista se sintió importante, todos los esperaban. Repasó entre dientes una y otra vez las preguntas que debía realizar. Entrevistar niños no era su fuerte pero si ese era el precio de la gloria, estaba dispuesto. Cuando entró junto con las cámaras en el salón, se armó un alboroto de sonrisas y euforia que lo perturbaron un poco. Él estaba acostumbrado al saludo protocolar y los piropos que le sumaban contactos.
Le presentaron a Pedro, un niño de ojos saltones e intimidantes, con la piel percudida por la tierra y una remera que desde lejos mostraba manchas de lavandina. Se sentaron en unas sillas y cuando se escuchó "grabando" hizo una presentación brillante, no se le escapó ni un detalle del libreto y pensó: ¡pan comido!
-¿Cómo te llamás?
-Pedro.
-¿Cuántos añitos tenés Pedro?
-Nueve.
-Decime Pedro, ¿Qué querés ser cuendo seas grande?
-Gordo.
El silencio fue evidente. No supo qué seguía. Comenzó a transpirar con la mirada de aquellos ojos saltones y la rapidez de la respuesta. El traje le pesaba.
Pedro pensó que no había entendido y aclaró:
-Porque los gordos comen todos los días.


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